

Cuando éramos niños y era tiempo de elecciones, la abuela hacía goma casera y pegábamos con ella banderitas de papel a sus respectivos palitos. Alguna vez incluso empapelamos de ruedas a manubrio el triciclo. Votar era una fiesta y de la fiesta participábamos los niños. Uno echaba un avenidazo y contaba las banderas de los carros: muchas veces el conductor de un color, y el acompañante (casi siempre la esposa), de otro. Dónde está el problema. En la calle los chiquillos nos gritábamos de acera a acera: “¿Con quién vas?” y luego nos felicitábamos o señalábamos el suelo con el pulgar. Sabíamos con quién iba el carnicero, el pulpero, el novio de Tita, la dependiente de la farmacia, y si no sabíamos, preguntar y recibir respuesta era la cosa más natural del mundo. Normal: estábamos en Costa Rica.
Poder manifestar sin temor con quién íbamos nos hacía diferentes y estábamos felices y orgullosos de esa diferencia.
Hoy día se acerca el referendo y las cosas son más complejas. No iremos a votar por un color: pertenecer a un partido no implica inevitablemente estar por el SÍ o por el NO. Los propios partidos están divididos. El ciudadano común intenta comprender, adivinar las consecuencias posibles de una y otra opción. Por una vez, no va a ir a votar por un líder con carisma, por tradición familiar, porque quiere ser regidor, o porque le da la gana. Lo que está en juego son cosas más graves.
Paso frente a una empresa. Grande. Con muchos empleados, es evidente. Y hay un enorme rótulo que anuncia que en esa empresa están por el Sí. Todos. Me pregunto cómo será posible tal unanimidad. Me pregunto si el empresario encuestó, uno por uno, a todos sus empleados. Me pregunto si alguno, a favor del NO, se atrevió a expresarlo. Y me pregunto, si no se atrevió, por qué no se atrevió.
¿Por miedo? ¿A qué? ¿A perder el empleo? ¿Por disentir del patrono? ¿En Costa Rica? ¿Podríamos llegar a eso en Costa Rica? ¿Estamos llegando a eso en Costa Rica? ¿Por qué? ¿Qué nos espera?¿Se atrevería un empresario a poner un rótulo que diga “En esta empresa somos saprissistas”? ¿O evangélicos? ¿No protestarían los que no comparten esa afición, o ese credo, o la misma filiación política?
¿Por qué un empresario se siente dueño no solo de su empresa, sino también de sus empleados? ¿Por qué un empleado se siente despojado de su derecho a disentir? ¿En dónde estamos? ¿Es esto o no es esto Costa Rica?
No creo en el miedo. No está en nuestro diccionario. Este país me gusta, a pesar de sus defectos. Este país me gusta. Y no quiero perderlo.Por Ana Istarú