Las calles solitarias,
donde solo deambulan
unas cuantas almas
a las tres cuarenta
de la tarde.
Me voy consumiendo
entre suspiros y cigarrillos,
extraviando recuerdos
como si fueran gotas
de lluvia cayendo
en el mar Egeo.
El café amargo,
el cigarrillo de vainilla y mis
dedos, índice y anular
un poco amarillos.
Tinta azul como el cielo
antes de amanecer,
24 grados y las manchas en el suelo,
las manchas en los adoquines
de las callecillas estrechas
de la ciudad solitaria.
Los edificios destruidos por
el tiempo, perdidos en
un espacio moderno,
desencajando como el escrito.
Por Fernando Bermúdez Kuminev.